por Susana Ávila
Etiopía hunde sus cimientos en lo más profundo de la humanidad. Situada en el llamado Cuerno de África, cerca de donde nacieron civilizaciones milenarias como la egipcia, la suya se remonta siempre más atrás, por lo menos hasta que nuevos descubrimientos paleontológicos hagan de Lucy una jovencita de solo tres millones quinientos mil años.
Corría 1974 cuando Donald Johanson encontró los restos de un homínido de la especie Australopithecus afarensis que por sus características óseas caminaba sobre sus miembros posteriores, signo de la evolución humana, y al que llamaron Lucy en recuerdo del “Lucy in the Sky with Diamonds” de The Beatles que les había acompañado durante la excavación.
Pero en Etiopía hay mucho más, hasta las leyendas más mágicas cobran realidad. Cuna del mítico reino de Saba, famoso por sus riquezas y por su reina que enamoró al gran Salomón. Se supone que de Menelik I, hijo de la bíblica pareja, descienden todos los emperadores etíopes hasta Haile Selassie.
Un viaje a Etiopía requiere de dos circuitos completamente diferentes, pero inevitablemente complementarios, conducidos por un buen guía como Eshetu Fanta que nos acompañó en todo el recorrido. Un norte más cultural, histórico y artístico y un sur más tribal, pero ambos igualmente genuinos, sin injerencias exteriores, porque Etiopía es el único país africano que no ha sido colonizado por ninguna potencia extranjera. Hubo un intento de conquista por los italianos, allá a finales del siglo XIX, pero tras cuatro años de intentarlo se volvieron a casa con las manos vacías. Sólo términos como merkato para referirse al mercado o café macchiato, quedan de aquella aventura.
Partiendo de Addis Abeba, centro neurálgico y también geográfico del país, que es donde llegan la mayoría de vuelos internacionales, y donde sería imperdonable no hacer una visita a Lucy, nos aventuramos hacia el norte en medio de una exuberante vegetación entre montañas y valles para llegar a Bahir Dar, a orillas del Lago Tana, el más grande del país.
Muy cerca en espacio –solo 32 kilómetros– pero lejos en tiempo –pues nos llevó más de una hora recorrerlos– están las maravillosas Cataratas del Nilo Azul cuyo mirador se alcanza tras una larga caminata cuesta arriba, cruzando un puente de piedra que construyeron los portugueses en el siglo XVII. El río vierte sus aguas en un salto de 45 metros de caída, por eso ello los etíopes lo llaman en su lengua como Tis Abay (humo del Nilo) o Tis Issat (agua que humea) y eso que su caudal ha sido mermado por la construcción de una gran estación de energía hidroeléctrica, la Presa del Renacimiento.
El Lago Tana es navegable en pequeñas barquitas que comunican hasta 37 islas lacustres que albergan iglesias y monasterios ortodoxos de construcción singular. Exteriormente son circulares, construidas en adobe, pero en el interior se erige un santa sanctorum de planta cuadrada, completamente cubierto por pinturas que recrean momentos estelares de la Biblia, y que contiene una réplica del Arca de la Alianza. Según la creencia de la iglesia ortodoxa etíope, Salomón dio a su hijo Menelik I una réplica del Arca, pero el joven que, sin duda había aprendido mucho de su padre, se las ingenió para dar el cambiazo y se llevó la auténtica dejando en Jerusalén la copia. Hoy, los etíopes suponen que la “auténtica” está en guardada en la Iglesia de Nuestra Señora de Sion, en la ciudad de Aksum, al norte del país y, en aquel momento, capital del reino de Saba.
Continuando viaje por el norte llegamos a la ciudad de Gondar, que durante un tiempo fue capital del reino. Hasta el siglo XVII el pueblo etíope había sido nómada pero entonces los emperadores se dieron cuenta la poca practicidad que tenía para ellos ese estilo de vida y decidieron construir un refugio que les protegiera en la época de lluvias. Ese fue el origen de la creación de la ciudadela de Fasil Ghebi, una pequeña ciudad amurallada en lo alto de una colina en Gondar, con doce puertas, dentro de la cual los reyes sucesivos fueron construyendo sus palacios. El gran artífice de este desarrollo fue el rey Fasilides quien ascendió al trono en 1632. Su palacio es de base rectangular flanqueado en las esquinas por cuatro torreones redondos. Luego, hasta ocho de sus sucesores residieron en Gondar, y cada uno fue construyendo su morada con las influencias arquitectónicas de la época en la que le tocó vivir.
En Gondar visitamos el Centro de Maternidad Mulu, fundado por AYME (Ayuda a Mamá en Etiopía). Se trata de un proyecto creado y dirigido por Yeshi Beyene, una etíope afincada en Fuenlabrada que había tenido que volver a su ciudad natal, Gondar, para cuidar a su abuela Mumu que estaba hospitalizada y comprobó la gran cantidad de madres y de niños que morían en el parto o a los pocos días debido a los escasos medios y decidió dedicar su esfuerzo en organizar este Centro Materno-Infantil que recibió su impulso de la mano del Padre Ángel de Mensajeros de la Paz acudiendo a su inauguración en septiembre de 2018.
Y sin dejar el norte llegamos al lugar más sorprendente, las iglesias de Lalibela. Lalibela es la segunda ciudad santa del país detrás de la de Aksum, con su “auténtico Arca de la Alianza” y se conoce como la Jerusalén negra. Sus monasterios, de la Iglesia ortodoxa etíope, escavados en la roca, son un importante centro de peregrinación y, sin lugar a dudas, el mayor atractivo turístico del país, pero por muchas fotos que se hayan visto nada prepara para lo que se encuentra allí.
Los monasterios-iglesias rupestres se excavaron en la roca basáltica roja de las colinas de la ciudad de Roha a comienzos del siglo XIII, durante el reinado de Gebre Mesqel Lalibela en cuyo honor se cambió el nombre a la ciudad. Este rey había visitado Jerusalén en 1187, justo antes de que cayera en manos de las fuerzas musulmanas y de regreso quiso construir en su país una nueva Jerusalén inspirándose en lo que había visto y que popularmente se conoció como la Jerusalén negra. Se distribuyen en dos grupos principales, separados por el cauce de un río que llamaron Yordanos (Jordán), en paralelo con el otro Jordán, el de Israel.
Obra arquitectónica colosal de edificios que no se elevan, sino que se hunden en la roca. Es como un mundo al revés, que se sumerge en la profundidad de la tierra elaborando edificios perfectamente encajados en la montaña de la que han surgido. El grupo que está más al norte se identifica con la Jerusalén terrenal y contiene las iglesias de Biet Medhani Alem (Casa del Salvador del Mundo), Biet Mariam (Casa de María), Biet Mascal (Casa de la Cruz), Biet Denagel (Casa de las Vírgenes Mártires), Biet Golgotha (Casa del Gólgota) y Biet Mikael (Casa de San Miguel). El grupo sur, asociado a la Jerusalén celestial, está compuesto por Biet Amanuel (Casa de Emmanuel), Biet Mercoreos (Casa de Mercurio), Biet Abba Libanos (Casas del abad Libanos) y Biet Gabriel Rafael (Casa de Gabriel y Rafael).
Apartado de los dos grupos está la gran joya: la Biet Giorgios (La casa de San Jorge) la más emblemática de las iglesias de Lalibela, situada en solitario al oeste del conjunto. Con su planta de cruz griega, quince metros de altura está embutida completamente en un foso de 25 metros de diámetro. La corona una cruz copta que sólo se puede contemplar desde arriba y su visión se antoja como una aparición.
El norte del país es tan rico en cultura y tan bello en paisajes que parece que no hay nada más. Pero sí. Está el sur con sus tribus aborígenes, de cultos ancestrales y costumbres fascinantes. Unas más accesibles que otras, pero todas acostumbradas a los turistas. Las ciudades de Jinka y Turmi son las escalas más asequibles para alcanzar algunas de ellas.
Desde Addis Abeba hay que recorrer unos 900 km. hacia el sur para llegar a estas ciudades, por un paisaje espléndido: cruzando el Parque Nacional Abijatta – Shalla que toma el nombre de dos lagos formados en la falla del Rif, bordeando el lago Anaya para alcanzar finalmente el río Omo cuya cuenca es el hábitat de muchas de estas tribus.
Algunas de sus costumbres son comunes para muchas de ellas. Por citar algunos puntos de conexión:
- Hay tres tipos de matrimonio: el matrimonio concertado, el matrimonio por amor y el de herencia, cuando un hombre desposa a su cuñada, se entiende que una vez que ha enviudado, y la incluye en su colección de esposas.
- Hay un momento importante en la vida de un hombre que es el paso de la infancia a la edad adulta lo que le faculta para poder casarse y participar en las actividades de la tribu y ese paso se lleva a cabo mediante una prueba que varía de unas tribus a otras.
- No hay ningún problema para que las chicas solteras se ausentasen con el chico elegido a un lugar romántico. Las mujeres pueden ir probando a ver que marido les va a interesar. Luego, de casadas, ya se les impone fidelidad, no así al marido quien puede ser polígamo sin cometer ningún delito.
- La máxima autoridad de la comunidad es el Consejo formado por hombres de la aldea que han logrado una posición de influencia.
- Las chicas casaderas son perseguidas por el chico que les gusta que las azota y cuanto más las zurre y corra la sangre, mejor. Se sienten más queridas.
- Decoran su cuerpo con pinturas y escarificaciones con diseños específicos de cada tribu. La decoración corporal representa su posición social o alguna hazaña realizada, en cualquier caso, sirven para resaltar su belleza…
Para el turista, para el fotógrafo, la reina de las tribus son los mursis (junto con los surma), cuyas mujeres llevan un plato en el labio. Se trata de hacer un corte horizontal que deja el labio inferior colgante sujeto por los dos extremos en la comisura y eso, debidamente dilatado por su elasticidad, se queda como una goma que sujeta el borde de un plato de madera o cerámica decorado con artísticos dibujos. Son muy belicosos y fácilmente se les ve con armas de fuego. Los jóvenes solteros mursi suelen participar en violentos torneos, en los que, provistos de largas varas, donga, ponen a prueba su fuerza, valor y destreza, que tendrá como recompensa la admiración de las jóvenes casaderas. Realmente esta es la prueba que tienen que superar para acreditarse como hombres y dejar atrás la época de la infancia.
No le van a la zaga los hammer cuya característica más relevante son los peinados de sus mujeres muy elaborados haciéndose unas diminutas trencitas que moldean con barro y mantequilla. En esta tribu el paso de los varones de la niñez o adolescencia al mundo de los adultos se lleva a cabo mediante una sorprendente ceremonia, el “Salto de las Vacas” que consiste en alinear seis o siete vacas y el joven tiene que subir a la primera y saltar de una a otra hasta llegar al otro lado y luego volver, así varias veces. Y no es cosa baladí ya que requiere mucho tiempo de entrenamiento. El premio es ser solicitado por las jóvenes casaderas de la aldea que le incitan a que les golpeen en la espalda con sus varas y con las consiguientes heridas producidas por éstas demostrar a su pretendiente su valor y amor por él. La primera mujer es la más importante frente a las demás esposas y se la distingue mediante un collar con una protuberancia que las demás mujeres no llevan.
Los konsos no llevan vestiduras o atributos extraños, su característica especial son sus poblados amurallados, con las cabañas en alto, sobre unos pilares bajo los cuales se cobija el ganado, cuyos cultivos se ordenan en terrazas cuidadosamente preparadas en la ladera de la montaña.
También vimos a los dorze, cuyas cabañas tienen el aspecto de la cabeza de un elefante y sus individuos se cubren con la piel de un leopardo, a los dasanech… Y
hay más, muchas más tribus, pero hay que elegir y de ahí sacar una pincelada de un mundo extraño, exótico, fascinante… curioso.