Uzbekistan Ruta de la Seda

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Pero no. Es una ciudad real, con coordenadas geográficas precisas, localizable en el Google Maps. Se sitúa en Uzbekistán, una de las repúblicas que conformaban la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y, gracias a ello, han podido salvaguardarse y, en la mayoría de los casos, reconstruirse del deterioro causado por el paso del tiempo.

Cuenta la leyenda que allá por el tercer milenio antes de Cristo, la esposa del emperador de China estaba tomando una taza de té cuando un gusano cayó en su interior. El insecto había formado un capullo para cobijarse en su interior mientras se producía el paso de crisálida y alcanzar el estado de adulto convirtiéndose en mariposa. Al sacarlo de la taza se formó un hilo finísimo y brillante; hasta un kilómetro y medio de hilo pudo salir de un solo capullo, pero tan fino que se necesitaron no menos de doce hilos para poderlo tejer. Había nacido la seda y este término representó para la humanidad el arquetipo del lujo, y también del misterio. Los emperadores chinos protegieron con celo su tesoro, amenazando con penas terribles a quien osara desvelarlo. Pero fue otra princesa china quien dio a conocer al mundo aquel extraño producto sacando del país unos gusanos de seda ocultos en su cabello.

La Ruta de la Seda había sido una red comercial establecida a partir del siglo I a.C. y que se extendía más de 12.000 kilómetros, atravesando todo el continente asiático, conectando China con Mongolia, el subcontinente indio, Persia, Arabia, Siria, Turquía para alcanzar Europa y África. Sin embargo, este término es relativamente reciente y fue creado en 1877 por el geógrafo alemán Ferdinand Freiherr von Richthofen, quien lo introdujo en su obra Viejas y nuevas aproximaciones a la Ruta de la Seda, refiriéndose a la mercancía más prestigiosa que circulaba por ella, con compañeros tan codiciados como diamantes de Golconda, jade de China, perlas del golfo Pérsico, rubíes de Birmania, ámbar, marfil, laca, especias, coral… Y finalmente, aquella vía fue el vehículo de transmisión no solo de mercancías sino de ideas y tecnologías, así se conoció el Budismo a China, el Islam se expandió por Asia y el papel llegó para sustituir a los pergaminos, entre otras cosas.

Un viaje a Uzbekistán comienza inevitablemente en Tashkent, la capital, donde llegan los vuelos internacionales y no es desdeñable dedicarle un tiempo.

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Al norte del país, se encuentra Khiva y dentro de ella está Itchan Kala, la ciudad antigua, una ciudad dentro de la ciudad, un recinto amurallado que encierra un mundo mágico, de cuento, que sumerge directamente al visitante en las Mil y Una Noches. Hay mucho de persa en el mundo uzbeko, y aunque aquellas historias se desarrollaran en Bagdad, a muchos kilómetros más al sur durante el reinado de Harum al Raschid, podrían muy bien ocurrir entre las paredes ocres de estas calles.

Por instinto, la primera medida es subir a la torre de la fortaleza Kunya Ark y ver la ciudad desde una atalaya elevada, y la hora buena de hacerlo es a la caída de la tarde, cuando el sol la ilumina sesgada y el contraluz no estropea las fotos. Con todo, la visión panorámica da una idea de la perfección del conjunto, su composición en un laberinto de calles que conducen a monumentos que no son imprescindibles, quizá porque ninguno sobresale en un conjunto cuya belleza destaca sobre cada pieza. Muchas veces se ha calificado a Itchan Kala como un museo al aire libre. El contorneo ocre de sus murallas de adobe contrasta con el reflejo de los azulejos azules y verdes que alicatan cada minarete.

No hay que perderse la madrasa Muhammed Amin, hoy convertida en hotel, el Hotel Orient Star, pero cuyo minarete inacabado, Kalta Minor, que habría de ser el más alto de Asia Central si el emir que lo mandó construir no se hubiera muerto antes de acabarlo; hoy, es un cono perfectamente alicatado de azulejos verdes y turquesas que constituye el monumento más identificativo de Khiva.

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Khiva tiene, por supuesto, su plaza de Registán con su minarete Islam Khoja de 60 m. de altura. El nombre de Registán significa “lugar de arena” en persa, y coincidía con lo que nosotros venimos llamando Plaza Mayor. Era allí donde pasaba todo el mundo, donde se hacían los tratos comerciales, donde se escuchaban las proclamaciones reales y el lugar de ejecuciones públicas.

Madrasas, mezquitas y más madrasas. El secreto de Khiva es pasear, perderse en sus calles y callejuelas, disfrutar de un viaje en el tiempo. Dejarse arrastrar recreando historias que seguramente no habrán ocurrido, pero que hubiesen podido pasar.

BUKHARA, NÚCLEO DEL PENSAMEINTO

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Varios son los monumentos destacables en esta ciudad, pero el más significativo de todos es el complejo arquitectónico de Po-i-Kalom. Se trata de una plaza, equivalente al Registán, el lugar de arena que vimos en Khiva. Está compuesto por un minarete, una madrasa y una mezquita, pero es el minarete el que da origen y soporta la historia del lugar. Se cuenta que, cuando lo construyeron en el siglo XII, se les cayó encima de la mezquita y cuando lo volvieron a reconstruir en el siglo XIII le pusieron diez metros de cimientos y colchones de juncos para asegurarse, de modo que ahí permanece la torre con sus 47 metros de altura soportando el paso de los siglos, de los terremotos y hasta de Gengis Khan, quien maravillado de su porte, ordenó no destruirlo.

La ciudadela es otro de los enclaves históricos más interesantes. La leyenda atribuye la construcción de la fortaleza al legendario príncipe persa Siyavusha que, enamorado de la hija del gobernador de Afrasiob (la antigua Samarkanda), consiguió el permiso para casarse con ella si construía un palacio que pudiera ser rodeado por una piel de toro, tarea que se antojaba una misión imposible. Pero Siyavusha cortó la piel del toro en tiras finísimas, atadas a los extremos, y dentro de estos límites construyó el palacio.

Frente a la ciudadela está la esplendida Bolo-khauz o Mezquita de las cuarenta columnas. En su iwam, un magnífico porche, encontramos veinte columnas. ¿Y dónde están las otras veinte? Pues hay que coger perspectiva, rebasar un estanque y verlas reflejadas en sus aguas.

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SAMARKANDA, EL APOGEO DE UN IMPERIO

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Cuando aún no se habían apagado los ecos de las grandes conquistas de Gengis Khan por Asia Central, otro gran conquistador Amir Timur (1336-1405) llamado el Tamerlán decidió hacer de Samarkanda capital de su imperio. Un imperio que abarcó desde Moscú hasta Delhi, desde la Anatolia hasta las fronteras chinas y no siguió en esa dirección porque le sorprendió la muerte. Porque los grandes hombres, aunque se crean inmortales, también mueren, y el Tamerlán, seguro de su poder, pagado de sí mismo, no delegó sus funciones en fieles y estrechos colaboradores, ni siquiera en miembros de su propia familia para que continuaran su obra y cuando él ya no estuvo presente el imperio su hundió.

Y esa obra suya, conoció el éxito y también el terror, conquistó ciudades y arrasó pueblos pasando a cuchillo a cuanto ser encontró a su paso. Se cifra en diecisiete millones de personas las que perecieron en su expansión y esa cifra hay que situarla en el censo de población del siglo XIV, lo que adquiere unas proporciones colosales.

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Es de suponer la impresión que causó, en el sobrio mundo castellano, el regreso de los enviados, hasta el punto que el rey preparó una segunda embajada encabezada por el noble caballero Ruy González de Clavijo que cuando llegó el 8 de septiembre de 1404, tras más de un año de viaje (había partido el 22 de mayo de 1403 del Puerto de Santa María), se encontró a un Tamerlan casi septuagenario y ya gravemente enfermo, pero el recibimiento, el lujo, el agasajo de que fueron objeto deslumbraron a Clavijo que dejó constancia pormenorizada de cuanto allí había en su libro Historia del Gran Tamorlán e itinerario y narración del viaje, y relación de la embajada que Ruy González de Clavijo le hizo por mandado del muy poderoso Señor Rey Don Enrique el tercero de Castilla. Muchos de los datos que se han utilizado para la reconstrucción actual de al ciudad se deben a la notas que hizo Clavijo.

SAMARKANDA MONUMENTAL

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El asunto de la muerte del Tamerlán era una cosa secreta para mantener el poder. Cuenta la leyenda que poco antes de morir el Tamerlán lanzó una maldición: escrita en su tumba a manera de epitafio: “Cuando me levante entre los muertos, el mundo temblará. Quien quiera que profane mi tumba habrá de desatar un conquistador aún más terrible que yo mismo”. Durante siglos no se supo del lugar en que estaba enterrado el Tamerlán, pero en 1941 un equipo de arqueólogos soviéticos llegó a la ciudad de Samarkanda en busca del Mausoleo Gur-e Amir, donde se decía podían encontrarse los restos del Tamerlán, el último de una estirpe de hombres terribles provenientes de las estepas asiáticas. Obviamente leyeron la profecía en su epitafio, pero hombres de ciencia al fin, ajenos a supersticiones, la abrieron (19 de junio) y encontraron los restos de un hombre cojo, con 1’70 m. de estatura, más alto que la media y pudieron reproducir el aspecto que tendría su rostro.

Superstición o cruda realidad, a los tres días de la profanación de la tumba del Tamerlán por los científicos soviéticos, el 22 de junio de 1941, se produjo la invasión de la URSS por la Alemania nazi. Curiosamente, cuando los restos de Tamerlán volvieron a ser sepultados, en diciembre de 1942, la victoriosa y hasta entonces invencible Wehrmacht –el ejército alemán– comenzó a sufrir una serie de reveses en tierra rusa, empezando por la estrepitosa derrota en la batalla de Stalingrado.

Si hay que elegir un solo sitio, uno solo, entre toda la riqueza monumental de Samarkanda, no puede ser otro que la Plaza de Registan, flanqueada por tres madrasas deslumbrantes. Curiosamente, nada de esto existía en la época del Gran Tamerlan y por tanto no fue conocido por el asombrado Clavijo.

A la izquierda, orientada al oeste, está la Madrasa de Ulugh Beg, de dos plantas, construida entre 1417 y 1422 durante el gobierno de este sultán, nieto del Tamerlán, el sabio de la familia. Astrónomo, matemático, filósofo, teólogo, favoreció las artes como no se había conocido hasta él. Su magnificencia se basa en su belleza y significado.

Enfrente se encuentra la Madrasa Sher Dor, construida entre 1619 y 1635, durante el emirato de Yalangtush Bahadur, de la dinastía de los Shaybánidas, casi una réplica de la de Ulugh Beg, con excepción de la decoración de dos tigres que desafían la prohibición del Islam de representar seres vivos.

Entre medias de estos dos imponentes edificios está la Madrasa Tilla-Kari, que es la más grande y completa de la tres; también la más moderna, se construyó entre 1646 y 1660 bajo el gobierno de Yalangtush, el mismo que construyó la madrasa Sher Dor. Su nombre significa “obra de arte dorada” y no hay nada que objetar a su nombre, cuando se entra se ve el interior de la cúpula totalmente recubierta de oro.

La monumentalidad de Samarkanda se amplía en una obra colosal: La Mezquita Bibi Khanyn, una de las mayores de Asia Central. Cuenta la leyenda que Bibi Khanym, esposa del Tamerlán, ordenó construir la mezquita con la aspiración de convertirla en la joya del imperio, mientras su esposo estaba fuera, en alguna de sus campañas. El arquitecto encargado de la construcción se enamoró perdidamente de la reina y se negó a acabar la obra si ella no le daba un beso. Aquello no parecía grave y Bibi Khanym accedió; pero hay besos y besos, y este dejó huella, así que cuando el Tamerlán regresó y vio la señal del beso en el rostro de su mujer ordenó ejecutar al arquitecto y a ella la subió a lo alto del minarete de la mezquita y la arrojó desde allí, pero milagrosamente las ropas se hincharon y, por resumir la historia, se inventó el paracaídas salvando la vida de la reina.

Junto a la mezquita está la Shah-i-Zinda o Avenida de los Mausoleos. El nombre de Shah-i-Zinda significa “el muerto (se refiere al rey) que vive”, mensaje que ya despierta curiosidad. Se dice que Kusam Ibn Abbas, primo de Mahoma, llegó a Samarkanda que aún no había sido islamizada. Un día, mientras oraba fue decapitado y, milagrosamente, él mismo recogió su cabeza entre las manos y se internó en un pozo de esta ladera para seguir viviendo para siempre en sus profundidades y en su honor se construyó una mezquita mausoleo. En realidad se trata de treinta mausoleos a cada cual más bello que el anterior.

El observatorio de Ulugh Beg… la tumba del profeta Daniel… aun quedan lugares que ver, que admirar… Un oasis mágico situado en el mundo de los sueños, donde la imaginación circula entre calles de adobe y planea sobre cúpulas azules, donde las historias son leyendas y donde la leyenda es realidad…

Susana Ávila

In memorian Jose Luis Lorenzo, quien hizo realidad este viaje de ensueño.