Uno de los cascos medievales más interesantes y mejor conservados de España
por Susana Ávila
Varados en dique seco durante demasiado tiempo por causa de la pandemia, parece como que hay un resorte interno que nos da ganas de viajar, y aunque todavía no esté todo como antes, propongo una escapada a Cáceres que, no por conocida, siempre tiene sorpresas que ofrecer.
Uno de los cascos medievales más interesantes y mejor conservados de España invita a perderse por sus calles y pequeñas plazas, plagadas de Casas Fuerte y de Palacios que nos llevan a una época en las que las epidemias también existían, pero eran de otro “bicho”.
Los vestigios más antiguos nos llevan al Paleolítico Superior y nos sitúan en la cueva de Maltravieso sobre la que, cultura tras cultura en estratos, han ido conformando el carácter sólido y sobrio de esta ciudad, hoy reconocida por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad.
Poco a poco, lusitanos y vetones se aposentaron cerca de la cueva, en la ribera del río Marco, apenas un arroyo de 7 Km. de longitud pero que aseguraba el abastecimiento de agua para sus necesidades y marcaron el enclave para los romanos que establecieron allí dos campamentos, “Castra Servilia”, llamado así en honor de su fundador el procónsul Quinto Servilio Cepión y “Castra Caecilia” que tras varias vicisitudes, se fusionaron para originar la colonia Norbensis Caesarina, cuyos restos fueron cubiertos en el siglo XV por el Palacio de Mayoralgo. La colonia tuvo su esplendor al formar parte de la Ruta de la Plata, pero tras su destrucción cayó en el olvido hasta el siglo X.
Fue en esta época cuando los almohades utilizaron estas tierras como refugio en sus ataques contra los cristianos. Basándose en las murallas que ya habían trazado los romanos las reforzaron proveyéndolas de baluartes y, por supuesto, el enclave árabe se dotó con una Mezquita y un Alcázar supuestamente ubicado en el actual emplazamiento de la Casa de las Veletas, uno de los edificios más hermosos de la ciudad, hoy convertido el Museo, cuya joya más destacada está en sus subterráneos donde se conserva el aljibe almohade del siglo XIII. Se trata de una construcción de forma rectangular dividida cinco naves compuestas por columnas de piedra que se enlazan por arcos de herradura. Aún hoy sigue recogiendo el agua de lluvia que cae en el patio renacentista que lo cubre.
Pasando de mano en mano y de religión en religión, la ciudad llega por fin a manos cristianas con Alfonso IX que la conquista tras un largo asedio el 23 de abril de 1229, día de San Jorge, que no por casualidad es el patrón de la ciudad. El edificio religioso más importante es la Concatedral de Santa María, iniciada en el siglo XIII y finalizada en el XVI, aunque la dignidad de concatedral no la alcanza hasta 1957 compartiendo sede episcopal con la catedral de Coria.
Pero una visita completa al conjunto monumental de esta ciudad debe comenzar en la Plaza Mayor, situada extramuros, donde se instalaba el mercado y en cuyos soportales se habían establecido los artesanos de los diferentes gremios.
Entramos por el Arco de la Estrella situado a la derecha de la Torre de Bujaco, el baluarte más emblemático de la ciudad y una de las construcciones que mejor conserva su aspecto original. No hay que dejar de visitarla teniendo en cuenta que su entrada incluye un paseo sobre la muralla que pasa justo por encima del Arco de la Estrella, subida la Torre de los Púlpitos y acceso a los restos romanos del palacio del Mayoralgo. Además, se puede combinar para visitar también el Baluarte de los Pozos, al otro extremo de la ciudad monumental, que estaba formado por dos torres albarranas hoy perdidas y la interesante Torre de los Pozos construida para proteger la Cisterna de San Roque. Cuenta la leyenda –porque sin leyenda no hay ciudad que se precie– que durante el dominio árabe vivía en este lugar un alcaide con su hija Jasmina que se enamoró de un soldado cristiano al que vio desde la torre; por las noches escapaba del palacio a través de un pasadizo que conducía desde el aljibe hasta el río para reunirse con él, pero el soldado la siguió un día y descubrió la entrada secreta por la que entró con las tropas para tomar la ciudad y al pedir el alcaide el nombre del traidor, Jasmina confesó su culpa y se lanzó desde la torre.
Y de lleno nos zambullimos en un paseo por el siglo XVI, con sus casas blasonadas que combinan diferentes estilos arquitectónicos que retrotraen hasta el siglo XII como la Torre de Carvajal y se extiende hasta el XVIII con añadidos y complementos que no hacen sino crecer su gloria. Los Ulloa, Ovando-Saavedra, Ribera, Sande, Pereros, Figueroa, Aldana, Duran de la Rocha, Paredes Saavedra, Moragas y muchas otras nobles familias establecieron sus Casas Fuertes, o pequeños castillos coronados por torres que refuerzan la naturaleza defensiva de la muralla. Aunque todas están desmochadas por orden de Isabel La Católica que en 1476 publicó un edicto por el que se ordenaba retirar todas las almenas de las torres de la ciudad y es que desmochar las torres tenía, más allá del efecto práctico, el gesto de sumisión a la realeza.
Por eso sorprende que la llamada Torre de las Cigüeñas se erija con sus almenas en pie como un desafío. Pero no, no desafían a nadie. Parece que el motivo que provocó las iras de la reina Isabel es que los nobles cacereños se pusieron de parte de Juana la Beltraneja en la Guerra de Sucesión, pero don Diego de Ovando, propietario del Palacio en el que le levanta la torre, fue en todo momento pro-isabelino por lo que en 1480 consiguió el permiso para su baluarte.
Prescindiendo del elemento defensivo, hay una desviación del concepto de Casa Fuerte hacia Palacio desde los que las familias nobles ejercían su poder. En la mayoría de los edificios de la ciudad monumental se combinan elementos góticos con renacentistas y muchos de estos edificios se conservan en muy buen estado gracias a que en ellos se han establecido organismos oficiales. La Casa de Ovando con su torre almenada es actualmente la Comandancia Militar de Cáceres; el Palacio Moztezuma-Toledo acoge al Archivo Histórico Provincial; el Palacio de Carvajal es la sede del Patronato para la Promoción del Turismo y Artesanía de la provincia de Cáceres. También algunos organismos privados protegen parte de este patrimonio, como la Casa de los Becerra que acoge a la Fundación Mercedes Calles-Carlos Ballesteros; el Palacio de los Marqueses de Torreorgaz es el Parador de Turismo; el Palacio de los Golfines de Abajo es sede de la Fundación Tatiana Pérez de Guzmán el Bueno, mientras que una parte del de los Golfines de Arriba alberga un complejo hostelero; el Palacio del Mayoralgo, hoy propiedad de la Caja de Extremadura, que, en su reforma para establecer allí sus oficinas, descubrió los restos romanos; la Casa de los Durán de la Rocha hoy es una taberna en la que se celebran veladas poéticas y conciertos.
Fuera de la ciudad monumental, pero a tiro de piedra, no hay que perderse la Casa del Marqués de Camarena, que actualmente es el Colegio de Arquitectos y sede del Ateneo; el Palacio de Godoy; la iglesia de Santiago donde se reúne la Hermandad de la Santa Cena; y la iglesia de San Juan Bautista.
Lo que no se encuentra es el río Marco, lugar donde nació la ciudad. Dicen los archivos que allí hubo pozos, molinos, puentes, pontones, pasaderas, norias, acequias, fuentes y hasta una piscina natural que ejercía de presa. En el siglo XIX tenía un ancho notable, incluso se abría en dos ramales para mover unas norias de la zona, luego se cegó el ramal, pero a principios de los años 30 del siglo pasado todavía tenía una presencia notable. Luego fincas particulares y terrenos abandonados comieron terreno y hoy es imposible llegar hasta el río.
Para reponer fuerzas está la rica gastronomía cacereña con sus migas de pastor, caldereta, la morcilla patatera, la manteca colorá, el ligero zorongollo o la contundente chanfaina y sus quesos encabezados por la famosa Torta de Casar.
Cáceres es de las ciudades que, aunque hay que verla de día, por supuesto, no puede prescindir de una visita nocturna, donde el encanto y el embrujo de otrora sale a pasear. Perderse en sus calles estrechas y empedradas, que no regatean una cuesta ni incontables escaleras, no es una opción, es una obligación.