Aove, Oro líquido español en los fiordos noruegos
Susana Avila
Resulta además de sorprendente muy gratificante encontrar uno de los productos que abanderan nuestra gastronomía en un rincón perdido de la Noruega profunda.
Noruega, país de fiordos y glaciares, días eternos y noches interminables es un destino atractivo en sí mismo con sus casitas de madera en un abanico de colores. Descubrirlo es ir abriendo el álbum de postales porque cada mirada lleva a un escenario de cuento.
Bonito, sí, bonito. Pero se puede mejorar. Cuando se hace un alto en el camino en un hotel con encanto… podría dejarlo ahí, pero voy a dar más datos para reafirmar que se trata de un lugar real. En la región de Agder, municipio de Åseral, el hotel Eikerape se erige en medio de un escenario de praderas de un verde brillante, árboles en el incipiente otoño dispuestos a dar su sinfonía de colores antes de caer y una cena especialmente sabrosa.
En Noruega se come bien en términos generales, descubrir su salmón hace cuestionarse qué es lo que se ha comido bajo esa denominación hasta entonces, pero aquellos sabores tenían un algo familiar llamativo.
Indagado el asunto, resultó que el chef era español, Pedro Luis Bernardo, y la suerte del día es que estaba allí cubriendo con su suplencia al cocinero titular que por el motivo que fuese se había ausentado. Inevitable fue charlar con él y nos contó que llevaba trabajando en Noruega desde 2013, a donde llegó huyendo de la crisis de trabajo en nuestro país. Allí pasa los veranos ahorrando para el invierno como hormiguita laboriosa y montó su negocio de hostelería suministrando temporalmente profesiones donde se les requiriera y ese día nos había tocado en suerte. Como la que nos acompañó a ver Bergen un día espléndido, con un sol brillante que ofreció los mejores colores de la localidad y la nitidez de un horizonte infinito.
Hablando de su cocina, que nos había parecido espléndida nos confesó que “su truco” era el empleo del aceite de oliva –un truco muy viejo para los españoles que sabemos bien de sus propiedades–, pero también nos confesó que se trataba de un aceite artesanal procedente de un olivar familiar situado en el pueblo de Alcollarin, al sur de la provincia de Cáceres.
Había pertenecido al abuelo pero tras su retiro, cuando la edad pasa factura y reclama la continuidad de los más jóvenes, sin que la segunda generación se interesase por su explotación, tras unos años de decadencia y abandono, viéndose condenado a desaparecer, el nieto, Juvenal Bernardo Abril, decidió hacerse cargo del olivar y explotarlo dando lugar a la marca Aceites Alcollarin, nombre del pueblo de su origen, que comercializa en diversos países y fue el sustrato de aquella maravillosa cena, en un lugar idílico entre fiordos y montañas.
La incorporación de las nuevas generaciones con ideas renovadas sobre productos tradicionales, poniéndolos en valor incluso en lugares donde no se había utilizado hasta entonces es el camino del futuro. El trabajo bien hecho, la relación directa productor-consumidor, generando confianza es el caballo de batalla más sólido para crearse un lugar en el mundo que debe ir creciendo día a día.
Y aquel condimento de oro líquido aliñó una magnifica e insospechada cena para dar colofón a un recorrido de fantasía.